Recuerdo la mañana del sábado de 16 de marzo, en la que el Sol nos anunciaba la inminencia de la primavera. Recuerdo cómo íbamos algunos residentes del Colegio Mayor Santillana en el coche escuchando Rage Against The Machine, cuyas letras, al igual que el Sol lo hacía con la primavera, nos preparaba para lo que estábamos a punto de ver. Letras, como la de Know your enemy, que, cargadas de rabia, explotan contra un sistema corrupto, que solo causa guerras, hambre y miseria -no solo física sino moral.
Conociendo el contenido de estas canciones, solo se puede esperar que hayamos ido a ver a un artista: Banksy. Un artista que, al igual que el grupo antes mencionado, destaca por sus gritos de protesta. Contra la pobreza, contra las guerras, contra el consumismo desenfrenado, contra la hipocresía. Todas ellas, provocadas por el sistema de producción capitalista. Así de cruda es la visión del artista. Muestra de ello es el siguiente cuadro, en el que se ve a un grupo de jóvenes desharrapados, maltratados por la pobreza, subiéndose al capó de un coche, erigiendo la bandera de su país natal, Estados Unidos. La bandera de la tierra prometida, del país de los oportunidades. Pero esto, lejos de ser verdad, llega a ser casi irónicos: te prometen riqueza y prosperidad, a pesar de toda la miseria que anida en sus calles. Todos señalan mientras al final del túnel, donde aguarda una luz casi abrumadora. Sin embargo, esta luz no parece ser más que una ilusión que nunca llega.
Pero no todas sus obras son tan duras y encarnizadas como esta. La mayoría están cargadas del peculiar sentido del humor del artista, quien, a través de la burla y la ironía, denuncia las mayores atrocidades que sufre el ser humano en todo el mundo. Desde las pintadas que hizo en el muro de Palestina, hasta el consumo desenfrenado, pasando por las calamidades de la guerra.
Por ejemplo, en el siguiente cuadro, se muestran los dos rostros del capitalismo: por un lado, las grandes multinacionales, representadas por dos de las mascotas más icónicas de las industrias del entretenimiento y de la comida rápida: Mickey Mouse y Ronald McDonald. Éstos dos llevan de la mano a un niño salido de la foto más famosa de la Guerra de Vietnam, en la que, abrasado por el Napalm, huye de su poblado destrozado por las tropas estadounidenses. Con estas imágenes tan aparentemente antagónicas, pero que, en el fondo son inseparables, el artista denuncia la realidad tan dura que provocan las guerras. Realidad que ignoramos, envilecidos por estos rostros amables del capitalismo.
Independientemente de que se comparta la visión del artista, es indudable de que el artista ha puesto patas arriba el mundo del arte. Comenzando con algo tan propio del vandalismo, como es el grafiti, ha acabado exponiendo en las salas más prestigiosas del mundo, o teniendo obras subastadas por millones de dólares. Sin embargo, a pesar del éxito que ha alcanzado, no ha perdido ni una pizca de su actitud irreverente. Muestra de ello es la autodestrucción que sufrió uno de sus cuadros al instante de haber sido vendido por un millón de dólares.
Así, tras varias décadas de creaciones artísticas completamente rompedoras, no solo por su forma sino por su contenido, el artista se sigue manteniendo en el anonimato. Esto se debe a que, a pesar del prestigio y fama mundial alcanzados por sus obras, no dejan de estar hechas de forma ilegal, y ser merecedoras de una importante sanción económica. Sin embargo, esto no parece importarle demasiado a los ayuntamientos de muchas ciudades, que han hecho grandes esfuerzos por conservar dichos grafitis, llegando a poner marquesinas en muchos casos. De esta forma, incluso las instituciones difuminan más aún dónde está la línea que separa el vándalo del artista.
Autor: Pablo Cortina
Veterano del Colegio Mayor